Una breve mirada a la política exterior de Chile desde 1950 hasta 1990

  Si existe algo que determinó absolutamente la mitad del siglo XX en nuestro continente, fue sin duda la Guerra Fría, en la cual la política internacional de Estados Unidos no fue más que la demostración de poder frente a las naciones dentro de su esfera de influencia, esto con el propósito de mantener y profundizar su hegemonía económica, política, social y cultural.
  Producto de este contexto, nuestra política exterior fue condicionada directamente ya por la Doctrina Truman de 1947, que entre otras cosas nos llevó en política interna a la proscripción del Partido Comunista, gracias a la Ley de Defensa Permanente de la Democracia de 1948. A lo anterior se agrega la suscripción de una serie de acuerdos en el plano militar, que terminaron por entregar la política y obligación de la Defensa nacional a Estados Unidos, el cual dominaba sin duda el escenario diplomático internacional de este lado del mundo. El PAM o Pacto de Ayuda Militar o el TIAR Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, llevaron a que la política exterior de Chile cediera también parte de nuestra política interna, con repercusiones directas en el acontecer político nacional en las posteriores décadas. El adoctrinamiento de las Fuerzas Armadas chilenas, mediante los criterios estadounidenses de la Guerra Fría, o la intervención directa en política interna de la CIA, es muestra que de cierta manera la línea entre la política exterior e interior se hizo invisible. Lo anterior debido a que la política exterior de Chile no fue en ningún caso para garantizar nuestra autonomía o participación en igualdad de condiciones frente a los sucesos internacionales, al contrario, favoreció a una dependencia de Estados Unidos, y a la transformación real de nuestro país de un peón más en el tablero de la Guerra Fría, lo cual no quita ninguna responsabilidad a los actores internos de los acontecimientos de la segunda mitad del siglo XX.
  Los propósitos de Salvador Allende de marcar la diferencia y romper con esta dinámica de los años cincuenta en adelante, manifestada públicamente en su discurso en las Naciones Unidas en 1972, es sin duda el intento más claro por romper la lógica del peón, pero que resultó infructuoso en la medida de que actores políticos, sociales, militares y empresariales internos abrieron sin problemas los espacios para la injerencia estadounidense.
  El aislamiento internacional de Chile producto del Golpe de Estado de septiembre de 1973, generó un reemplazo en los criterios utilizados para llevar la conducción internacional del país, el multilateralismo dio paso a un bilateralismo, pero ahora centrado en un anticomunismo a ultranza, y contra la Unión Soviética y sus aliados salvo, paradojalmente, China. Agregando al difícil panorama para la dictadura, la convivencia con los países limítrofes, lo cual se acrecentó por la propia realidad política interna de estos, así como a los elementos históricos presentes y condicionantes entre todos ellos.
  En tal dirección, la política internacional del país, que ahora estaba dirigida militarmente, no hizo más que profundizar las diferencias y reducir los márgenes de acción. Con esto, el desempeño tradicional de la Cancillería dio paso a una extensión de la lógica militar, desestimando a los profesionales de carrera y reemplazándolos por militares que poco y nada manejaban los temas en cuestión, como fue el caso de los Vicealmirantes Ismael Huerta y Patricio Carvajal. La visión militar de las relaciones internacionales, no hizo más que acentuar el aislamiento vecinal y extracontinental dejando al régimen en una posición extremadamente desfavorable. No olvidemos que el cambio de paradigma económico llevó a la salida de Chile del Pacto Andino en 1976, a la par del atentado en Washington contra el ex Canciller Orlando Letelier y Ronni Moffit, planificado y ejecutado en Estados Unidos por agentes de la DINA. Paralelamente, la idea de que se corría un riesgo permanente tanto interna como externamente, generó la lógica de un ataque continuo en todos los frentes, produciendo la idea de que el riesgo de conflicto militar externo se hacía coherente con el frente interno. Para la dictadura las sanciones y denuncias internacionales producto de las sistemáticas violaciones a los Derechos Humanos, no hicieron más que darle una justificación del supuesto complot del marxismo internacional que se hacía sentir en nuestro país. La cercanía de los cien años de la Guerra del Pacífico junto con las conversaciones con Bolivia para una posible salida al mar, nos dejó con Perú en una situación particularmente tensa, sobre todo en un momento en que su rearme de manos de la Unión Soviética lo hacía objetivamente superior en el plano militar. A lo que agregado a los problemas limítrofes con Argentina en la zona sur del país entre 1977 y 1978, que era dirigido por otra dictadura antimarxista, generó un escenario real de guerra que estuvo a punto de marcar el final de la década de los setenta.
  Luego de la luna de miel con Bolivia y el posterior congelamiento de nuestras relaciones en 1978, este consiguió posicionar el tema de su acceso al mar en todos los foros internacionales, logrando una visibilidad que le permitió generar adeptos a su causa, y que sólo se vería resuelta décadas más tarde por el Tribunal Internacional de La Haya. A esta suma de desaciertos se agregó el bochorno internacional que significó la visita frustrada del dictador Augusto Pinochet a Filipinas en 1980, en donde su contraparte Ferdinand Marcos suspendió el recibimiento del general chileno en pleno viaje. Confirmando este hecho lo precario de la posición internacional del régimen militar chileno.
  La década de los ochenta no hizo más que mostrar nuevamente la cara represiva de la dictadura, tras el colapso económico de comienzos de la década, las protestas nacionales y la represión generaron con más fuerza la denuncia internacional, y por esto, ahondando la ya destruida imagen internacional de la dictadura. La expresión pública de esto, se manifestó en el congelamiento de las relaciones bilaterales por parte de Estados Unidos en 1985, bajo el segundo mandato de Ronald Reagan, pasando ahora a una crítica abierta al régimen de Pinochet, a lo cual se unieron también los gobiernos europeos. Sin olvidar que Brasil, Argentina y Perú dejaban atrás sus respectivas dictaduras, dejando la situación de Chile como contraproducente e insostenible en el tiempo, el caso de las uvas envenenadas así lo demostraría. Ya a partir de 1990 la reinserción internacional y el multilateralismo marcaron el inicio de los gobiernos civiles.
 En retrospectiva, una de las consecuencias de largo plazo que dejó la política internacional de la dictadura, y que fue directamente consecuencia de su actuar interno, es sin duda la persecución internacional a los violadores de los Derechos Humanos y altos personeros del régimen. Con esto queda meridianamente claro, que la posibilidad de una dictadura militar en Latinoamérica, lleva consigo el riesgo, para quienes participen, de que la justicia internacional cumpla el rol que los tribunales nacionales no han podido, o querido, desempeñar. A lo anterior, es necesario agregar que el jugar a un aislacionismo internacional bajo cualquier costo, es simplemente insostenible bajo el actual contexto mundial, sobre todo con lo expuesta de nuestra sociedad a los mercados internacionales.

23 de diciembre de 2021

Share:

0 comments